Me acerco a mi
escritorio. Encima está eso que nos aterra a todo pintor, escritor o
científico: la hoja en blanco. Quien se haya parado a hacer algo creativo sabrá
a lo que me refiero. Antes de empezar y durante el proceso siempre afloran muchas
dudas: “¿seré capaz de dibujar algo que merezca la pena?”, “¿y ahora qué
hago?”, “¿podré entregar este escrito a tiempo?”, “¿podré resolver este
problema?”, o incluso, “¿seré algún día capaz de entender la solución de este
problema?”.
Además,
mientras lleno la hoja paso por distintas etapas emocionales: a veces, me
sorprendo a mi mismo haciendo cosas que creía imposibles; otras, desvío
demasiada atención a pensar en la dificultad del ejercicio; bastantes, me tengo
que resignar con esperar a que en el futuro sea capaz de realizar lo de que ese
día no fui capaz. Asimismo, sufro por dar la talla en aquello que no me entusiasma
para evitar disgustos el día que toque recolectar lo cosechado, me aburro
esperando que los pajaritos que veo por la ventana me digan que hacer (de
momento no han cantado), me divierto cuando veo que todo marcha bien, y doy gritos
de júbilos cuando me parece que todo encaja (aunque a veces sea una falsa
alarma). En resumen, que lo vivo.
Es muy
probable que el lector haya tenido estas sensaciones ante unas determinadas
circunstancias porque esta situación ni es exclusiva de los artistas ni se
restringe a ellos: siempre se siente cuando uno va a realizar algo novedoso,
original, diferente. Las adversidades que una persona pueda padecer delante de
un papel son las mismas que las que padece uno cuando decide llevar la
iniciativa en cualquier situación. A fin de cuentas, toda acción creativa
conlleva en mayor o menor grado llevar la iniciativa. Por eso conviene
entrenarse en la juventud a hacer frente a situaciones inesperadas.
La escritura,
pintura, resolución de problemas… son situaciones que requieren la
determinación que hace falta para resolver problemas de la vida real; sin
embargo, apenas se trabajan en los colegios e institutos: como mucho, si se
hace, con alumnos que vayan bien y acepten tareas extras. No todo el mundo
tiene la capacidad de escribir bien o resolver problemas físico-matemáticos por
más que se esfuercen: por eso existen las modalidades dentro del bachillerato.
Si a alguien del humanístico no se le puede pedir que escriba comentarios de
calidad sobre diversos temas o si a uno del científico-técnico no se le puede
pedir que sea capaz de resolver problemas dándole la teoría justa, más nos vale
replantearnos qué futuros pensadores e ingenieros tendremos mañana. Algo falla
en el sistema educativo de casi toda Europa: “gracias” al fracaso de Alemania
en la formación de enfermeras e ingenieros encuentran los españoles trabajo ahí;
con lo que emular a los alemanes (quienes desvían a módulos a los que van mal) no
es el camino. Por último esto acarrea algo más preocupante: si alguien carece
de la paciencia para resolver aquello a lo que se va a dedicar, es muy probable
que también sea incapaz de resolver solo otros problemas que le depare la vida
porque tampoco tendrá la paciencia necesaria.
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NOTA: La resolución de problemas es que te planteen algo cuya respuesta no sea inmediata y no sea el plagio de un ejercicio que está en el libro de texto. Asimismo, dedico este artículo a quien cree que no hay creatividad en las matemáticas (o las ciencias en general) o cree que es algo muy frío, de aburridos.
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