martes, 14 de febrero de 2012

El dilema del perro

Hace tiempo un hombre heredó a un perro, de selecto pedigrí. Su padre lo había comprado para que aliviase su soledad tras el divorcio. Sin embargo, un día en el que su padre se había dormido y llegaba tarde al trabajo, cruzó la carretera sin mirar, un coche le atropelló, y a los pocos días, falleció. Siendo el perro un mero cachorro de sietes meses, no podía permitir que vagase por esta jungla urbana; por eso, le cuidó, incluso le mimó, durante cuatro años. Pero, dichoso destino, cuando estaba un día paseándole, un grupo de gamberros le asaltó y se lo arrebató.

Tres años más tarde, al mudarse de casa, le encontró con el familiar de uno de aquellos jóvenes, que había perecido en una batalla entre bandas. Según le contó, aunque estaba arrepentido del crimen que perpetró su hijo, creía conveniente quedarse con el perro para cuidarlo por los lazos de amistad que habían cultivado. Era cierto, mas también lo era el que presumía ante sus vecinos de su “pedazo chiguagua”. Entonces, se engancharon en arduas discusiones. El familiar justificaba que sólo existe el presente que sólo importa que el perro estuviese a gusto (que lo estaba), mientras que su antiguo dueño intentaba hacerle ver que la negación del pasado abría el camino a que otras personas lo repitiesen, y que seguramente también estaría a gusto.

Al perro no le pueden preguntar, ni realizar la típica escena romántica de Hollywood de colocarse equidistantes de él para que decida, porque es improbable que se acuerde de lo que pasó. Suponte que se denuncian el uno al otro y tú has de tomar una decisión. ¿Qué crees qué habría que hacer? ¿Qué sería lo justo?